Vivimos saturados
¿Cuánto pesa un vaso de agua? Sencillo, depende de cuánto tiempo lo sostengas. Así son ciertas situaciones en nuestra vida. Piensa en tu paciencia como ese vaso vacío, un chorrito de facturas imprevistas, un chorrito de un pequeño problema familiar, un chorrito de una enfermedad y cuando te das cuenta el recipiente está a una gota de rebosar. Este vaso lleno, con un poco de tiempo, pasa a pesar lo suficiente para, por lo menos, quitarnos la comodidad. Todos tenemos esa carga y, cuando es lo suficientemente pesada, es capaz de alterar nuestra forma de ver la vida y de responder ante ella.
En La Biblia podemos ver reflejada esta metáfora en el llamado de Pedro (Lucas 5:1-11). La escena, es la siguiente:
Pedro, un experimentado pescador, junto con otros tan duchos como él, preparan las barcas, las redes, la comida para la noche y todo cuanto es necesario para la pesca. Esperan a la hora más propicia, según su experiencia, y bogan mar adentro. Pasa una hora, pasan dos, tres… los pescadores se miran entre sí. Los minutos se hacen horas mientras piensan que un lago sin peces significa que hay cuentas a las que no se podrá hacer frente, que los zapatos que su hijo necesita urgentemente, tendrán que esperar más tiempo, a qué otras cosas podría dedicarse si en este lugar ya no hay peces, a qué precio le comprarían su barca pesquera si ya no hay peces… El vaso de Pedro comienza a pesar más y más, como cuando entregas cincuenta currículums y recibes cien rechazos o cuando, una noche más, esa persona atraviesa la puerta de casa oliendo a alcohol. Hasta que al final de la noche, cuando despunta el alba, todo se convierte en resignación y la frustración se hace patente en el acto de limpiar redes como un corredor limpia sus zapatillas tras quedar cuarto, sin premio alguno.
Aún así, Jesús nos llama
Pero la cosa no queda ahí, sino que se acerca un maestro, alguien llamado Jesús, el hijo de un carpintero, él ya lo había oído nombrar. Llegado a él, Jesús pide prestada su barca ¿la suya?, ¿en serio? Estaba cansado, frustrado y hambriento, quería llegar a casa cuanto antes, su vaso era muy muy pesado, pero no podía decirle a Jesús que cuando termine vuelva a ponerla en su lugar, de manera que tiene que quedarse durante toda la predicación de Jesús ¿cuánto crees que pudo durar? Me encantaría estar allí, pero puestos en el lugar de Pedro, ¡Había dos barcas! ¿por qué mía? ¿por qué yo?
De tener algo mejor de memoria citaría la fuente, pero lo cierto es que en cierta ocasión leí algo que me hizo gracia a la par que despertó mi lado reflexivo: “Por qué cuando nos pasa algo bueno decimos “gracias Dios” y cuando nos sucede algo malo preguntamos “por qué a mí””. Me pasa algo parecido con mis hijos, cuando compro algo para uno, los otros dos están pendientes de qué hay para ellos, sin embargo, cuando le digo a alguno que tiene que hacer alguna tarea doméstica, los otros se ocultan antes de que siga “repartiendo”.
Para Pedro, Jesús “aún no era” el mesías, y aunque respetaba al maestro, debió sentirse aliviado cuando terminó la predicación. Pero hay algo más, aún no termina la cosa, Jesús vuelve a acercarse y pedirle que vuelva al “lago del fracaso” y de nuevo tire la red. Ya no es la hora, estamos agotados, tú eres carpintero, no pescador, acabo de limpiar las redes… Existía una larga lista de motivos para decirle a Jesús, “NO”. Sin embargo Pedro, no el que ahora vemos como “El Apostol” Pedro, alguien como tú y como yo, con un vaso rebosando, que pasaba como toda Galilea, y un montón de motivos razonables para decir “no”, le dice “llevo toda la noche intentándolo, el único motivo por el cual lo hago, es porque te he oído y me has llenado de fe” (parafraseado).
Para seguirle y servirle
Entonces pasa algo milagroso, la red se llena tanto de peces que necesitan ayuda porque casi se rompe. Si esto quedase ahí, Pedro hubiera tenido una historia increíble que contar a sus hijos y nietos, un final perfecto. Entonces Pedro, también Jacobo y Juan, se dan cuenta que todos esos peces no venían del agua, antes no estaban ahí, estos peces provenían de Jesús, entonces entendieron que no era un maestro normal y corriente, se arrodillan y dicen “no soy digno de estar cerca de ti”, el mismo que hace un momento podía haberse negado a ayudar a Jesús, ahora entiende que Jesús no le necesitaba, ni debería codearse con alguien como él, pero le ofrece formar parte de su equipo de trabajo y el resto de la historia, llega hasta hoy.
Todos tenemos ese vaso, cada vez es más difícil no tenerlo lleno y además, un saco repleto de muy buenas razones para decirle a Jesús “hoy no puedo prestarte mi barca”. Seguro que son muchos más los que ofrecerían la ayuda si hubiera garantía de “peces”, pero no la hay. Lo que es seguro es que Jesús no nos necesita, Pedro debió recordarlo cuando lo vio caminar sobre las aguas, pero cuenta contigo, por muy corriente que seas, por muy lleno que esté tu “vaso”, por muchos motivos que tengas para no hacerlo.
¿Tú que decides? puedes dejar de pescar y buscar alternativas, otras maneras de pescar o irte a otras aguas. También puedes explicarle a Jesús que no puedes ayudarle, no hoy, tal vez mañana. Pero también puedes decirle a Jesús, “yo no soy digno, pero con peces o sin ellos, yo te sigo. Si hay que lavar el suelo, alimentar a los pobres o predicar tu palabra, cuenta conmigo, sólo echaré la red, en tu nombre”.
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