Un diálogo interno
El salmo 42 recuerda mucho a la famosa escena del Señor de los Anillos donde Smeagol debatía internamente si tenía que obedecer a Gollum (una personalidad que vivía en él) o debía ser honesto y fiel a Frodo, su amo. Una cosa parecida es lo que parece suceder con David en este salmo. Si atendemos a su estructura podemos observar cómo David parece estar tambaleándose constantemente entre la depresión y el contentamiento. Entre recordar constantemente todas las cosas malas que le suceden y acudir a la bondadosa e infinita misericordia de Dios.
Pensar continuamente en lo mal que nos van las cosas.
Tener conciencia de cuál es nuestra situación es algo positivo, no evadirse de la realidad y tener “los pies en la tierra” nos ayuda a congeniar nuestra realidad espiritual con nuestra realidad física y vivir siendo conscientes de que no están separadas. Pero algo muy distinto es inundar nuestro pensamiento con todas las malas situaciones y calamidades que podemos estar pasando en un momento concreto de nuestra vida. Esta manera de atravesar una temporada espiritualmente oscura facilita mucho el trabajo a Satanás para invadir nuestros pensamientos y hundirnos en una depresión espiritual.
Pensar continuamente en lo bueno que es Dios.
Sin embargo, podríamos decir que en el otro lado de la balanza sí que tenemos un refuerzo positivo evidente al recordar, una y otra vez, las misericordias y bondades de Dios. Tener en mente continuamente lo que Dios ha hecho por nosotros, lo que está haciendo en nuestro vivir diario y lo que ha prometido que hará a lo largo de nuestra vida en este y en el otro lado de la eternidad es una herramienta poderosísima para ahuyentar esa semilla entorpecedora que quiere plantar el enemigo. Y no se trata de un simple tratamiento de autoayuda barata alegando pensamientos positivos, no. Se trata de que Dios habita en los corazones de sus hijos pensar en Dios, con un corazón dispuesto a rendirse a Él, es llenarse de Dios. Acudir a Él demuestra nuestra necesidad de Él, la hacemos evidente. Pensando en sus promesas, en quién es Él y en lo que ha hecho dejamos el espacio en nuestras almas para la respuesta de Dios ante nuestros problemas. David lo hacía, y a pesar de que su debate estaba salpicado por todos los problemas y complicaciones que describe, acudía a Dios y la respuesta de Dios era evidente en su diálogo: “¿Por qué te abates oh alma mía? ¿Y por qué te turbas dentro de mi? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mio”
Las preguntas
Por último, algo que quizá nos ayude a conectar con este estado que no estamos exentos de pasar son las preguntas que David hacía:
- ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?
- ¿Dónde está [tu]mi Dios?
- ¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?
- [Dios] ¿Por qué te has olvidado de mí?
- ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?
Estas preguntas reflejan las principales preocupaciones que tenemos cuando estamos pasando por un periodo de depresión espiritual. Demuestran qué son las cosas que preocupaban a David. Y si observamos con un poco de detenimiento vemos dos ideas interesantes.
- Con sus preguntas no retóricas (1,2,4) David nos está reflejando un corazón que anhela encontrar a Dios, un corazón necesitado por estar cerca de su Dios. Disfruta y necesita su presencia. Reconoce su dependencia de su Dios. Este es el corazón que Dios quiere de nosotros, el corazón del cristiano debe ser el de personas que son absolutamente conscientes de que Dios es lo que necesitan.
- Con las preguntas retóricas (3,5) David está mostrándonos, entre otras cosas, que todos los grandes problemas a los que se puede enfrentar están opacados por la poderosa misericordia de Dios. No hay razones, por tanto, para desesperar o para abatirse o para estar de luto. Porque Dios, al que tanto anhela y necesita, está de su lado. Él Salva, Él protege, Él guarda.
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